La Mujer vestida Igual


I
El canto del gallo, y la sinfonía de pájaros, anuncian la salida del astro rey.

El pintor, le da un toque, un toque sutil, de violeta, al fondo negro. Luego, al violeta le da una fracción de magenta. Luego al magenta le da una banda colorada. Va intercalando el uso de los pinceles, del uno al tres. Es entonces que el negro se ha vuelto un tanto azulado, es entonces que el pintor usa blanco, es entonces, que los oscuros van cediendo a los claros, es entonces que una raya, milimétrica raya, es trazada con absoluta precisión. Le quedan pocas horas para entregar la obra, está casi lista, mas el pintor se detiene.

-¡El Nombre! - dice. -Qué manera de embromar, ¿porqué insisten en que nuestras obras tengan nombre? ¿Si son simples telas? Ni que tuvieran vida. Ya me gasté todos los nombres, ¡tengo que inventar un nombre! - de repente el artista se detiene en sus elucubraciones. Acaba de recordar que hoy su tía Alba cumple cien años. - Debo de andar mal de la memoria. ¿Cómo pude olvidar el cumpleaños de tía Alba? . Bueno, Alba se llamará esta obra. - Es entonces que el hombre recorta prolijamente una etiqueta, y con tinta china, en cursiva escribe Alba. Listo.

II
Elena duerme profundamente. Hoy no ha escuchado el canto del gallo, y es el reloj despertador, que finalmente suena, a las ocho de la mañana, que la despierta sobresaltada.

"¿Cómo es que me quedé dormida? Yo siempre despierto sola. Si nunca usé reloj para levantarme. Ni siquiera cuando tuve que dar la tesis de magisterio, que tenía el oral a las ocho. ¡Yo a las seis estaba como el dos de oro! Qué raro. Es la primera vez que me quedo dormida, que raro."

Elena se levanta presurosa. Otra vez el eterno dilema: "¿Qué me pongo?"

Anuncian temperaturas bajo cero para la jornada.

"Supongo que un sweater de lana gorda estará bien. .. Y sí... un sweater de lana gorda es un clásico. Además es de color negro. Y el negro nunca pasa de moda."

Elena se mira en el espejo. Tiene el cabello negro, y lacio. Siempre se peina raya al medio. Primero, con un peine, desenreda los nudos de la noche. Luego, cepilla.

Se pone el abrigo entallado, de color, también negro, los zuecos... "¿No será ridículo usar zuecos ahora?".

De repente Elena cae en la cuenta de que su guardarropa es un sweater negro, un jean oxford, unas medias a rayas grises y negras, y un abrigo entallado, negro.

Por un momento había olvidado el momento. Ya está. Elena está lista.

III
Elena debe entregar una agenda. - "¿Hoy es jueves?" - se pregunta, a veces se equivoca en el asunto del calendario. No es fácil para ella.

-Sí, hoy es jueves.- Concluye.

(Elena lleva la cuenta de los días, haciendo una raya en la pared. Como vive en una casa de altos, hay suficiente espacio para un millar de rayas.)

-¿Qué hora será?- Eso es más fácil. Levanta la vista, y son las diez menos diez.

Elena toma asiento en la mesa del boliche. Nadie la ve.

"¿Y cómo sabré si el hombre que venga es el que debe de venir? " - se pregunta.

Otra vez el dolor. Qué insoportable. ¿Cuánto tiempo falta? "Y bueno, ¿quién te manda andar trepando muros y caer de espalda?"- "Era lo único que me quedaba por hacer"- "Pero no pensaste que te ibas a quebrar la columna." - "Tiempo para pensar era lo que faltaba" - "Y bueno, tu destino es soportar una fractura de columna" - "Ya me acostumbré" - "Pasó quien sabe cuanto..."

-¿Maestra?- pregunta el recién llegado. Es El Hombre, la palabra es correcta. Elena asiente moviendo la cabeza.

El hombre, viste un traje negro. Corre la silla, y toma asiento.

-¿Organizaste la agenda? Porque hablamos muchas cosas, y si no van a a quedar en un tintero.
Elena asiente con un movimiento de cabeza.

-No tiene sentido pelear para atrás - dice.

-¿Y eso porqué?- pregunta el hombre.

-Porque es una pelea sin sentido. Si peleás para atrás, no ves qué está pasando. ¿ Mirá si tu contrincante tiene pronta un arma blanca, y vos, vas para atrás y vas para atrás hasta clavarte ahí? Es como jugar a la gallina ciega. Con solo pensar en una venda en los ojos, se me revuelve el estómago.

-¡No exageres! ¿Es para tanto?

- Si, es para tanto.

-Si vos decís... Mirá, mi agenda está muy apretada, no tengo mucho tiempo.

-Yo tengo todo el tiempo del mundo.

IV.
El hombre levanta la cabeza. Es entonces que mira a Elena, y por primera vez, una sonrisa se dibuja en su cara.

-No tenemos más que planificar una segunda reunión- Mira el hombre a Elena, y le guiña un ojo.

-No es lo que pensás.- responde.

-Estaría bueno- dice el hombre - que me acompañes a una conferencia, aún no tengo la fecha, pero si vos leyeras parte de mi ponencia, no sería lo mismo que lo lea yo.

Elena frunce el ceño.

-No, no es porque no escribas bien. No quise decir eso. - El hombre se ruboriza, y prosigue - Es porque no es lo mismo que sea yo el orador a que sea yo, pero que vos participes. La mayoría de los asistentes son hombres.

Elena lo mira, con bronca.

-Claro, como soy mujer, creés que entonces tu ponencia se teñirá de colores.

Entonces lo mira fijo y responde:

-No puedo.

El hombre insiste.

-No, me estás malinterpretando. Vos sabés que yo soy romántico, y de machista no tengo nada.

-No entenderías, pero no puedo.

-¿Qué ese lo que no entendería?- pregunta el hombre.

-Primero te leo la agenda que preparé, y después, si te queda tiempo, y te explico.

El hombre asiente.

V.
- Tenés que ir a buscar unos papeles.

-¿Unos papeles?

-Sí; están en el Monumento de la plaza Varela.

El hombre la mira con sarcasmo:

-¿Jugamos a la búsqueda del tesoro y me estás dando las pistas?

Elena no le responde.

-Están debajo de la axila izquierda de la cariátide de la derecha.

-¿Y qué tienen de valioso para nuestro trabajo esos papeles?

-Son actas de defunción. Las verdaderas. Ellos las escondieron ahí. Y después presentaron otras falsas.

El hombre mira a Elena asombrado. Acto seguido, un impulso lo lleva a acariciarle la mano.

Es entonces que se da cuenta de que la mano de Elena no tiene volumen.
Y queda estupefacto.

-Con estas pruebas ya podés declararlos muertos y se acaba el asunto. Pero, antes que te vayas, dejame decirte algo.

El hombre mira a Elena.

-No es que no me gustes, que te quede claro.

Anna Donner Rybak © 2011