La Mujer Vestida de Azul


Aquel día la mujer vestida de azul vio en el segmento de recta apenas un sombreado. Era tenue, pero no había caso; se notaba. Quizá había provenido de alguna tinta de otro plano de su rotafolio que aún estaba fresco, y ella creyó ya seco. O quizá un rapidograph que había desbordado por haberle cargado demasiada tinta.
Inmediatamente, pasó corrector sobre la zona del borrón. Ella debía entregar el plano y no quedaba prolijo un segmento de recta con una mancha o borrón. Por más que en el plano había miles de segmentos, si uno de ellos tenía un borrón, el plano quedaba desprolijo. Es el detalle del dibujo técnico.

La mujer vestida de azul siempre tuvo poca paciencia para el dibujo técnico. Su pulso nunca funcionó del todo bien, le temblaba la mano, y jamás podía lograr que la regla “Té”, y las escuadras, en ángulos rectos, dibujaran una puta línea sin algunos milímetros o centígrados de desvío.

Le estresaban aquellas exactitudes. No le ocurría lo mismo con el dibujo al natural, allí como pez en el agua salía con su tabla de cuarto Wattman, y recorría la ciudad para cumplir con el cronograma de croquis que le había puesto la profesora. En dos semanas tuvo que dibujar La Rambla de Pocitos, El arroyo Miguelete, La Facultad de Arquitectura, La Facultad de Ingeniería, el Puerto del Buceo, y aquellos croquis no debían dejarle la más mínima duda al espectador de qué barrio, lugar y edificio se trataba.

La mujer vestida de azul manejaba la perspectiva como los Dioses. Hacer un croquis, era una fiesta. Marcaba el foco, la línea del horizonte, y a continuación diferentes semirrectas partían del foco, y la base de la perspectiva ya estaba lista. Con esa estructura, ya tenía la garantía de que el foco era correcto, y las proporciones las adecuadas.

Podía estar un día entero sentada en el murito de la rambla, retocando edificios, ventanas, calles, automóviles, transeúntes, y no se daba cuenta del paso del tiempo.

La mujer vestida de azul era buena haciendo croquis, no había caso. Lástima que se le perdió la carpeta. Fue un día en el que se le ocurrió enmarcar aquellos dibujos tras cristales, y comenzó con una búsqueda incansable. Aún los busca.

Tan buena era croquizando como mala en el dibujo técnico. No, pensándolo mejor no era mala, simplemente no le daban ganas de hacerlos perfectos, como a los croquis. Los planos los hacía lo más rápido posible para sacárselos de encima, y le importaban poco los detalles minuciosos que definían la calidad del dibujo.

Sin embargo, aquel plano, le jugó una mala pasada. Al día siguiente de haberle aplicado el corrector, se burló de ella, el borrón estaba olímpico, y menos difuso que el día anterior. Quiso creer más en su estupidez, y que nuevamente ella lo pudiera haber ubicado en la carpeta de los otros y que nuevamente se hubiera manchado.

Nuevamente, repitió la operación del día anterior. Mediante la aplicación del corrector, se cercioró esta vez de que efectivamente había desaparecido todo rastro de aquella mancha, y cuando estuvo segura, volvió a guardar el plano.

Pero al día siguiente, más o menos a la misma hora, ese segmento de recta se burló nuevamente de ella. ¿Qué le había hecho a un segmento de recta para que le tomara el pelo de tal modo? Entonces se dio cuenta de que quizá no era una burla, sino un presagio.

Comenzó a seguir el estado del plano diariamente. Ella borraba la mancha, y al día siguiente, se volvía a dibujar cada vez más nítida. Tan nítida se dibujaba que un día se hizo línea.

Entonces la mujer vestida de azul comprendió que aquello era inminente, e irreversible. Ese plano, siempre contendría desde aquel momento, en uno de sus segmentos de recta, una línea divisoria.

Entonces captó aquella extraña revelación. El segmento no era uno más, era un segmento trascendental.

Aquel segmento, era nada más ni nada menos, que la línea de su vida.

Le llevó días comprender el mensaje. Si en la línea de su vida, había aparecido primero, de modo tenue, una mancha que no se borraba bajo ningún concepto, sino que por lo contrario, cada día se delineaba más en línea, sólo tenía una lectura. Un “Antes de Cristo” y un “Después de Cristo”. El fin de una etapa, y el comienzo de otra.

Pero la mujer vestida de azul no sabía de ningún modo que era lo que terminaría (irremediablemente terminaría), ni qué era lo que comenzaría.

Entonces se dedicó a estudiar aquel fenómeno. Ella debía descubrir de qué se trataba todo aquello.

Pero pasaba el tiempo, y el plano día tras día le sonreía burlón; la división del segmento ya se había vuelto negra oscura, y bien gruesa.

Analizaba todo el día qué era lo que terminaría, qué era lo que comenzaría y no encontraba ninguna respuesta.

Sólo sabía que se aproximaba un Fin. Pero era totalmente ajena acerca de cuál de ellos, los Finales parciales de su vida; era el elegido.

Al principio, analizaba tranquila. Pero, al no ir encontrando ninguna clase de respuestas, el análisis, día a día la iba obsesionando.

Sin darse cuenta, un día se paró por unos instantes en una colina lejos de ella, y se vio absolutamente ajena a la realidad en que estaba inmersa. Sólo había lugar en su cabeza para el Análisis, que cual cáncer se iba comiendo el resto de los procesos.

Estaba perdiendo el control a pasos agigantados. El Análisis la había tomado por completo y no tenía ojos para nada más.

Así; cuestiones trascendentales de la vida, se le pasaron de largo.

Un día descubrió que sus hijas pequeñas tenían voces de adolescentes. Primero la mayor, luego la menor. Y lamentó no haberles grabado aquella vocecita infantil, ni sus primeras palabras. Ella no tenía el Registro de sus voces de niñas. Habían desaparecido para siempre, así como el sol cuando se pone un día en el horizonte, pero al otro sale distinto.

Sin embargo, a pesar de aquella constatación horrenda, la mujer vestida de azul seguía sin saber qué significaba esa línea divisoria, que cada vez se marcaba más en el plano, ahora hasta tenía cierto relieve.

Ella confiaba tanto en su capacidad de Análisis que se dedicó a suspender todo. Hasta no descubrir el significado de aquella extraña revelación, no atendería a nada ni a nadie.

La mujer vestida de azul se había desconectado del mundo. Era un objeto aislado, solitario, con un entorno muy miope, donde la pérdida de nitidez, iba creciendo a pasos agigantados, y tanto creció que al fin no podía ver ni la “ese” gigante que el oculista le mostró.

Le recetaron lentes, pero ya no fue lo mismo. La visión que tenía estaba absolutamente distorsionada, sólo recuerda que las mañanas eran claras, pero a lo largo del día, todo se iba volviendo borroso, hasta que, ya no podía estar en el mundo, y debía recluirse a los confines de su soledad.

Igual, nada le importaba. El objetivo primigenio seguía siendo descubrir qué significaba aquella revelación, esa primero línea, que luego se hizo un murito, que luego se hizo muro, un muro tan alto y electrificado como el del Gueto de Varsovia.

Otros días la revelación se le aparecía distinta: primero la línea, luego una loma de arena cual construcción en una tarde de playa, luego, una suave ondulación, como las del suelo uruguayo, donde no hay grandes picos. Bueno, no hay grandes picos, pero hay uno que es el más alto. Primero en la escuela le enseñaron que era la sierra de las Animas, pero luego descubrieron que más alto aún era el cerro Catedral.

Lo previsto; aquella suave ondulación se hizo monte, luego se hizo loma, luego se hizo cerro, luego, se salió del Uruguay y se hizo montaña, y un día la mujer vestida de azul se dio cuenta de que era el Monte Everest.

Muro, Monte, y ella sin saber qué era lo que se separaría, irremediablemente se separaría.

Un día quedó su mente en blanco. No le cabía un solo análisis más. Y así, en blanco, anduvo pululando por el mundo. Sabía que había algo que ya no sería como antes, sabía que ese algo sería muy importante, pero no sabía qué sería.

Así siguió viviendo, mejor dicho, sobreviviendo, con aquella certeza de que un Fin, se aproximaba, y ella, sin saber cuál era.

Las voces del inconciente no le daban tregua, ¿qué era, por Dios aquello que iría a terminar? Lo ponía vertical, luego lo giraba noventa grados, y lo veía horizontal, pero no aparecía ninguna señal. Después, lo giraba cuarenta y cinco grados, pero nada. Ciento ochenta. Y nada. Ni una sola pista.

La mujer vestida de azul era un despojo de lo que alguna vez había sido. Iba de la casa al trabajo, y del trabajo a la casa, y había un Fantasma no desvelado, y ella sabía que cuando hiciera su presentación, sería el comienzo de su Fin.

Así, aterrada, sobrevivía.

Cada día, el más pequeño cambio la trastornaba, pues creía que se venía el anuncio de aquello, que sería terrible, pero que no sabía qué sería, pero sí sabía que sería terrible.

Deambulaba, cual autómata. El final estaba cada vez más cerca.

Cada vez eran más sus momentos tormentosos que los de calma.

Pero un día, ya no hubo más calma y todo fue tormenta.

Aún no se desvelaba el misterio del Fin, pero era todo tormenta. Luego, comenzaron tenues destellos de luz, primero cada ciertos instantes de tiempo, hasta que, cual contracción de parturienta, se fueron incrementando. Y después del rayo, vino el Trueno.

El Trueno fue la explosión, su mundo se desmoronó, se desmenuzó, se hizo polvo, y todo fue caos.

Así luego de que la tormenta pasara, vino ese Apocalipsis donde ella, simplemente, vegetaba. Cada vez tenía más dudas, y cada vez menos respuestas.

Y ese Muro del Gueto de Varsovia allí seguía, firme, con sus alambres electrificados, no fuera cosa que se le ocurriera meter el dedo; moriría electrocutada.

Y ¿cómo ella podría escalar el monte Everest, cuando el oxígeno iba disminuyendo, proporcionalmente con la ascensión?

Estaba acorralada. Ese Fin revelado a través de la montaña, del muro, le estaba, irremediablemente, oculto.

La mujer vestida de azul seguía sin saber de qué se trataba, pero lo que sí se iba revelando era la magnitud del suceso. El cual aún sin saber de qué se tratara, hacía que el Everest y el Muro del Gueto se rieran de su ingenuidad, y la miraran sarcásticamente, como anticipando algo no grave, sino terrible.

Casi tan terrible como la locura, casi tan terrible como la muerte.

El Monte Everest y el Muro del Gueto se burlaban de ella todos los días, eran absolutamente despiadados, paladeaban el manjar que se venía.

Entonces, su desesperación aumentó, exponencialmente. Ya no era solamente el sobrevivir, en blanco, como una sombra de lo que había sido, sino que todo fue desesperante.

Se acabaría el aire que respiraba, y le iban a insertar un chip que anunciara, tal como cuando uno discaba el seis, “La señal indicará las x horas, y segundos”, y no parara nunca más.

La mujer vestida de azul ya no tenía dudas de lo que le esperaba, morir ahogada por olvidar respirar, o morir de aturdimiento por la voz de esa mujer que otrora estaba en el teléfono, y ahora pasaría a hablar ininterrumpidamente dentro de ella, sería una segunda voz que jamás se callaría.

A pesar de estas certezas que se iban dibujando, lo cierto es que El Fin en si mismo, así como la novia, que se hacía esperar con la iglesia llena, y los invitados muy impacientes; no aparecía.

La mujer vestida de azul despertó luego de haber estado inconciente durante dos largos años. No recuerda nada, prefiere no saber qué fue lo que le ocurrió, sólo sabe que perdió el conocimiento.

Fue entonces que se levantó, y fue a buscar a su familia. Buscó por todas partes. No había rastro alguno de ellos.

Con el paso de los días, encontró a las hijas, pero muy cambiadas. Le hablaron en tono piadoso, pero se les notaba que deseaban se callase cuanto antes. Fue entonces que alguien le contó que ya no estaba más casada. Y que el papá de las hijas ya no vivía con ella.

La mujer vestida de azul pretendió establecer una comunicación con él. Pero, para su sorpresa, o, no le dirigía la palabra, o, si lo hacía decía “Sí”, cual autómata a todas sus dudas y planteos.

Nunca más habló le del tema de las hijas. Yo no sabe absolutamente nada de sus vidas junto a él. No sabe que pasará el próximo instante, a duras penas se entera de próximos viajes, por aquellas cuestiones del permiso de menor, y entonces es avisada, porque no hay más remedio.

Han construido una vida sin ella.
No es una vida sin ella como pareja del padre.
Es una vida sin ella en el más amplio sentido de la palabra.

Le dicen que se separaron, así habrá sido, pero lo que definitivamente le hizo perder el control fue que él nunca más se relacionó con ella como el papá de las hijas.

Así, han construido un trío autosuficiente, en el cual ella es únicamente una molestia.

Y si alguna de las hijas por momentos se distrae, inmediatamente se lo recuerdan.
Como para que no se olviden.
Como para que nunca se olviden que su madre siempre será una carga.
Así la redefinieron en el pizarrón, estando las hijas sentadas en un pupitre. Dibujaron algo parecido a una silueta de mujer, y al lado pusieron un signo de igual, y luego… aquella palabra.

Palabra que a la mujer vestida de azul le aterra pronunciar.
Palabra que se asemeja al Infierno de Dante, o a la vida de alguien sin memoria.
Borraron su nombre de sus memorias.
Bueno, no es que lo hayan borrado, sino que lo redefinieron.

Ahora, la mujer vestida de azul entiende que evidentemente ese fin, que de alguna manera se había ido dibujando era, indudablemente algo terrible. Incontrolable. Desesperante. Desolador. Triste.

Todo le da lo mismo. No le importa si es de día o es de noche.
No le importa si no come durante una semana.
No siente el cuerpo.
No siente el hambre.

Sólo siente descontrol, desesperación, desolación, y una infinita tristeza.

Así pues, que de eso se trataba esa línea en un único segmento de recta del plano que debió de terminar.

Lógicamente, no pudo hacerlo.
Lógicamente, nadie le podría haber aceptado un plano desprolijo, y con una línea, que marcaba un error, en la planta, en la fachada, en el corte, en la perspectiva.

El plano así le fue imposible de entregar.

Entonces es que lo hizo enmarcar entre dos cristales, una especie de túnel de milímetros, a escala del otro Túnel, el de la Memoria, el de los nombres escritos en plateado, sobre un vidrio.

Y Nada.

La Nada es oscura, es un no.ser, es una no.vida.

Hoy duda, pero a diferencia de Ciorán, sin que le venga en gana. Es una duda universal, o si se lo prefiere, la universalización de La Duda, o, La Duda quizá ahora está funcionando para la mujer vestida de azul como una entidad establecida a priori.

Pero en ese mar de dudas al menos existe una certeza: la Nada será su eterna compañera.

La Nada es lo que estaba del otro lado del Everest, del otro lado del Muro del Gueto de Varsovia.

Ahora al menos ya sabe de qué se trata El Fin.

Perdón, Su Fin.

Sepan disculparla.

Anna Donner Rybak © 24/I/2011.